Martes, 04 de Mayo de 2021
La proeza de cruzar los Andes a pie

ARCHIVO DE HISTORIA de la colectividad japonesa en la Argentina.

A principios de la década de 1910, los inmigrantes que viajaban en barcos que realizaban la ruta del Pacífico ingresaban a la Argentina por Valparaíso, Chile. Si bien el cruce era a bordo del ferrocarril trasandino, cruzando la cordillera de los Andes, cuando el servicio se interrumpía, sobre todo en invierno, el periplo se hacía a pie o a lomo de mula, tal como debió hacerlo un grupo de siete japoneses.

 

Minoru Kitagawa, Sadao Hattori, Matahiko Yoshida, Sunao Fukushima, Jiro Honda, Isamu Ishioka y Tsuru Iwaoka conformaron el primer grupo de inmigrantes japoneses que debió cruzar los Andes a pie y a lomo de mula en junio de 1915, toda una aventura que ha quedado inmortalizada en diversas crónicas.

En el libro con la "Historia del Inmigrante Japonés en la Argentina" se reproducen los testimonios de estos pioneros, como el de Minoru Kitagawa. "El grupo había salido de Yokohama en marzo de 1915 a bordo del Anyo Maru, de la empresa Toyo Kisen, y llegó a Valparaíso (Chile) a fines de mayo. Para Tsuru Iwaoka, cuyo esposo estaba residiendo en la Argentina, era el segundo viaje; el resto éramos veinteañeros y solteros que prácticamente no disponíamos de dinero... Nos dirigimos hacia la Argentina ya entrado junio. El invierno recién comenzaba, pero en las alturas de los Andes, superiores a los 3000 metros, el frío imponía su crudeza.

"Partimos en tren desde Valparaíso, pero a causa de la tempestad quedamos varados en los Andes (a 80 kilómetros de Caracoles, en el límite internacional). Nos dijeron que el servicio había sido interrumpido hasta Puente del Inca, del lado argentino, y no se sabía cuándo se reanudaría. No teníamos dinero para regresar a Valparaíso ni para quedarnos en esa localidad. Decidimos seguir avanzando y lo hicimos con un carro tirado a caballos que habíamos conseguido luego de haber negociado con la compañía para que nos lo alquilaran. Pero el carro también quedó varado en Ayacucho y desde ahí tuvimos que contratar unas mulas. A duras penas llegamos a Juncal, a más de diez kilómetros antes de Caracoles, y desde ahí continuamos a pie.

"En Ayacucho contratamos a siete hombres, uno por cada viajero, y el líder nos servía como guía. Dejamos todos los libros y otros recuerdos, y los equipajes quedaron reducidos a una maleta, que era cargada por el peón, y una mochila de campaña. Para caminar sobre la nieve, compramos unas plataformas de madera curvada y cubierta con piel de oveja, que tenía un cordón para atarlo a los pies. Eran calentitos y tal vez mejores que los fabricados en Japón. Como yo era de la prefectura de Fukui estaba acostumbrado a su uso, pero el asunto no era fácil para los que eran del sur.

"El cruce a 3000 metros de altura fue difícil y el cansancio se hizo sentir. Pese a que Iwaoka san era mujer, sorprendentemente se esforzaba con alegría, mientras uno de los hombres, agotado, empezó a quejarse: -Tengo miedo, no doy más-, repetía, hasta que se echó a llorar.

"De Caracoles hasta Las Cuevas, en el lado argentino, se encuentra el túnel. Pero cuando no pasaba el tren, permanecía cerrado para que no sirviese de refugio a ladrones y vagabundos. Habíamos llegado siguiendo el curso de las vías, pero desde allí debíamos apartarnos y cruzar cumbres de 4200 metros de altura. En aquel entonces no existían caminos y no había vegetación ni en los lugares sin nieve. Las abruptas pendientes de gruesas arenas de aspecto desolado se extendían ante nosotros con aspecto amenazante. Al llegar a la mitad de la ladera, el viento comenzó a soplar con intensidad, el frío penetró en nuestros cuerpos, y la nieve era arrastrada, pero eso nos facilitaba la caminata.

"Sentíamos hambre y estábamos debilitados por no dormir. Salimos de Caracoles antes del alba y después del mediodía llegamos al paso donde se encuentra el monumento del Cristo Redentor, La bajada fue más aliviada y tardamos algo más de tres horas hasta Las Cuevas.

"Durantel el cruce de la Cordillera, los peones no exigieron más dinero y amenzaron con dejarnos solos en el camino si no accedíamos. Ya nos había dvertido al salir de Valparaíso que tuviésemos mucho cuidado con ellos, pues si se enteraban de que teníamos dinero, eran capaces de matarnos. Teníamos libras esterlinas, pero mostrarles moneda extranjera no era conveniente. Nosotros insistimos en que no teníamos más. Habíamos comprado pan y embutidos en Ayacucho, pero no nos costó mucho. Al llegar a Caracoles, se nos agotaron las reservas de víveres. Tuvimos que comer pan duro y salame, y tomarnos la nieve para reemplazar el agua. El cuerpo se nos enfriaba más y más. Solo debíamos seguir caminando para entrar en calor. Llegamos a una estación y nos quedamos a pasar la noche, aunque era temprano para descansar. Sin frazadas fue imposible conciliar el sueño, y aguantamos hasta el amanecer en un banco con los cuerpos acurrucados que temblaban por el frío.

"En invierno, Las Cuevas presentaba un aspecto solitario cuando partían los viajeros en tránsito. Solo quedaban los residentes, que eran una decena. No había aduana ni oficina de control migratorio, por lo que no tuvimos que hacer ningún trámite para ingresar al país. Sin enterarnos de cuándo habíamos traspasado la frontera, y sin que quedara registro de nuestro paso, llegamos a la Argentina.

"Casi al llegar a Las Cuevas había una mísera casa de comidas. No se sabía si era un restaurante o un bar. Entramos, pero no había nada que se pareciera a una comida. A duras penas nos sirvieron una sopa grasosa y dulce de membrillo. La sopa caliente nos reconfortó y sirvió para que nos volviera el alma al cuerpo. Aunque nos sorprendimos cuando nos cobraron $ 3 a cada uno por esa comida.

"Abandonamos Las Cuevas y caminamos hasta llegar al Puente del Inca. Ahí, el jefe de la estación nos alquiló una habitación nos alquiló una habitación a $ 1 por día y por persona. Durante los cinco días que esperamos la llegada del tren, no nos proporcionaron ni cacerola ni cubiertos. Solo encontramos una palangana que utilizamos para freír cebolla y carne de cerdo cortada. Cuando habíamos salido de Japón, pensábamos que en Valparaíso íbamos a tomar el tren y que llegaríamos sentados a la Argentina. Jamás imaginamos que el viaje iba a ser tan dificultoso. Al llegar a Buenos Aires solo me quedaban $ 3 en el bolsillo".