Malvinas. 30 años. ¿Por qué volver? “El objetivo principal mío, luego de haber ido, entre el 3 y el 10 de marzo, era rendir homenaje a los compañeros caidos de la ciudad de Mercedes”, cuenta Alberto Matsumoto, argentino que hace 22 años reside en Japón, en donde dirige su propia consultora, dedicada a las traducciones jurídicas y, además, enseña castellano en la Universidad de Kanagawa y en la de Shizuoka. Matsumoto es ex combatiene de Malvinas. “Los que hemos regresado tenemos el deber de vivir por ellos, también; por una mismo y por los que no han vuelto”. Con 19 años, en 1982 integraba el Regimiento de Infantería VI de Mercedes. Voló a las islas luego de haberle cambiado el lugar a un compañero suyo, quien tenía familia. ¿Por qué? Ni después de 30 años sabe bien por qué. Solo quería ir. ¿A pelear, a luchar? No. ¿Qué se le habrá pasado por la cabeza, qué pensaba? “Nada”, dice. “Nada”, repite. “Nada. Estábamos todos eufóricos, cantando el himno, la Marcha de Malvinas. Insólito”, recuerda ahora. “Es que ninguno se imaginó lo que iba a pasar”.
Nacido en Okinawa, recorrió todo Japón y el continente americano a bordo de una moto Honda. Su idea era ir a Brasil, país que, hasta ahora, no ha pisado, ya que hace más de 40 años que vive en la ciudad más austral del mundo.
Ushuaia, una ciudad alargada, pero estrechada, con unos 25 kilómetros de largo por 4 de ancho, bordeada por un cordón montañoso y una bahía provista de un mar helado: las aguas provenientes del canal Beagle, donde se comunican el Pacífico y Atlántico. A mil kilómetros de la Antártida, la ciudad carece de una plaza principal que reúna gobernación, ayuntamiento e iglesia en un mismo paisaje; tampoco posee terminal de ómnibus, porque la única forma aconsejable de llegar desde el continente es por avión. Así, inaccesible, y provista de un clima hostil, se escucha decir que en “en Ushuaia viven los que realmente aman la Patagonia”. O, mejor, los aventureros.
El sanshin, fuertemente arraigado en el corazón del pueblo okinawense, a tal punto que sus melodías y ritmos han sonado en noches oscuras, durante la guerra. Vivencias de un issei radicado en la Argentina, testigo del nacimiento del Kankara sanshin.
Escrito por Familiares de Desaparecidos de la Colectividad Japonesa
Viernes, 23 de Marzo de 2012
Para los familiares de los desaparecidos durante la última dictadura militar, el 24 de marzo es una fecha que nos remite a la mayor de las angustias padecidas, al dolor más profundo, porque en el seno de nuestros hogares se produjo un desgarro: nos fue arrebatado un ser querido, muy querido… Sin embargo, los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado no son un tema que sólo incumbe a los familiares. La sociedad entera fue damnificada. Las secuelas del régimen instaurado en 1976 las seguimos padeciendo. Es por eso que cada 24 de marzo se realizan marchas en las principales ciudades del país, para expresar el repudio a los golpes de Estado, reafirmando el respeto por los derechos humanos y los valores democráticos.
Yaadui: los asentamientos de la nobleza acampesinada
Durante el ancien régime ryukyuano, los nobles se ocupaban de administrar y “señalar el camino”, y los campesinos, de producir. A partir del siglo XVIII, sin embargo, hubo momentos en que las arcas no alcanzaron para sostener a la creciente prole del sector de abolengo, por lo que se les permitió conservar su estatus, pero se los mandó a laburar para que no se murieran de hambre. Con orgullo samuree, pero necesidades humanas, esta gente se asentaba temporalmente en los escasos terrenos vírgenes de la pequeña isla, en donde formaban lo que se llamó yaadui, caseríos diferenciados de las aldeas tradicionales. Con el tiempo, muchos no tuvieron más remedio que permanecer, en algunos casos integrándose y asimilándose en la trama social de los pueblos adyacentes.
Primero los hombres, un poco después, las mujeres, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, las clases populares okinawenses accedieron a la identificación al estilo japonés, de apellido y nombre kanji, que paulatinamente fueron desplazando a los warabinaa. En el Kasato Maru (el barco que trasladó al primer contingente de japoneses a Brasil en 1908 y desde donde se desprendieron los primeros inmigrantes que se establecieron en Argentina), viajaba un grupo importante de okinawenses, entre ellos varios oriundos del pueblo de Kuba, en Nakagusuku. Son 24 personas divididas en 4 grupos familiares, 2 Arakaki y 2 Higa.
Si el extenso relato que hemos hecho nos habla del pasaje oceánico de los nombres y su desembarco en Buenos Aires, a partir de ese momento la historia se nos plantea como el trasplante de sus raíces en el desierto fértil de la pampa. Miles de nombres que, como árboles plantados se han convertido hoy en un frondoso bosque centenario, de algunas especies populosas y otras menos, a veces agrupados y otras aislados, con árboles señeros y retoños, vigorosos y también desfallecientes. La historia de la inmigración, por suerte, se nutre de listas. 100 años en el país nos han dejado una cantidad enorme de listas. Oficiales o semi-oficiales, en forma de guías de socios, registros de residentes, censos ocupacionales, programas deportivos, listas de concurrentes a un velorio, invitados de casamientos, miembros de los tanomoshis... Cientos de listas variopintas que, mapas onomásticos, dan cuenta de cómo fue poblándose ese bosque.
Los que salieron Desde hace varios años, en el Departamento de Geografía de la Universidad de las Ryukyu, un grupo liderado por el profesor emérito Ishikawa Tomonori ha venido realizando un extenso trabajo acerca de la migración okinawense. Parte de sus resultados se ha reflejado en las historias locales compiladas por muchos pueblos de Okinawa, en donde casi siempre encontramos una sección, a veces, incluso, hasta tomos enteros dedicados a la emigración (como son los casos de Chatan 1987, Kunigami 1992, Kin 1996 o Kitanakagusuku 2001, entre otros). En el material reopilado sobresalen las listas de los paisanos que abandonaron los pueblos rumbo al exterior, sobre todo durante el período anterior a la segunda guerra mundial.
La memoria registra algunos nombres, pero, después de un par de generaciones, la mayoría se nos pierde en un océano confuso que el tiempo y el idioma tornan incomprensible. Incluso para uno -más o menos habituado a transitar la nomenclatura inmigratoria- resulta complicado reconocer hasta a los propios parientes. Trazar las líneas que nos conducen hasta los que desembarcaron de la madre nave, adentrarse en los nombres de la inmigración, se plantea, entonces, como un doble desafío: por un lado, recuperar las individualidades de quienes, paso a paso, forjaron este medio que llamamos la colectividad, y, al mismo tiempo, desandar un camino centenario cuyas referencias, muchas veces, se nos escapan. Una búsqueda, por momentos, desconcertante, pero que, una vez que empezamos a atar cabos, se hace tan apasionante como un adictivo video juego. Un recorrido por los primeros nombres de la migración okinawense que nos habla de la memoria y sus herramientas.
Una becaria de la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio investiga la literatura de los inmigrantes y sus descendientes, especialmente de la primera generación (issei). Así, con la ayuda de profesora Ayako Kishimoto y la Licenciada Mónica Matsumoto, tradujo haiku y senryu que salieron en La Plata Hochi y en otras publicaciones. Son haiku que narran la historia de la inmigración.
1. 徴兵を南米へ逃げ長く生き(蚊面、1998年)
A Sudamérica… escapando de la conscripción, sobreviví. (Kamen, 1998)
Antes, Japón era un país muy pobre, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando escaseaba la comida. Durante la guerra, casi todos los hombres tuvieron que ir a la batalla. Este autor sobrevivió, pero se siente un poco culpable porque la mayoría de sus amigos que quedaron murieron en la guerra.
Ordenada en Japón por la Escuela Soto Zenshu, la monja budista Aurora Oshiro dirige desde el 2002 el monasterio de Kumamoto, lugar en el que se hace el retiro internacional y a donde se dirige gente de todo el mundo para realizar la práctica de Zazen. Trascendiendo las categorías religiosas, esta argentina asegura que “cada uno encuentra su propio camino”, sea el católico o el musulmán, y habla de la cuestión del silencio y la contemplación.
Un metro y habrá logrado cruzar Cabildo, pero en vez de apurar los pasos antes de que el semáforo le muestre el rojo, la señora se inclina hacia su derecha para recriminarle algo al taxista que de La Pampa ha doblado para tomar la avenida. Es un jueves de invierno, anormal, podría decirse: hace cerca de 20 grados. El conductor algo le debe estar gritando, al igual que la señora, y a unos metros, en la esquina en donde hay una confitería, los taladros de los empleados de la Ciudad de Buenos Aires perforan la vereda y el 168 y los autos particulares hacen sonar las bocinas, y pinnnn pinnnn, y el tránsito se detiene. Hacia el bajo, siguiendo por La Pampa, la escena es la “normal” de una siesta: señoras y chicas con paquetes, motitos de delivery, taxis, taxis y taxis, algún local en refacción y los escolares caminando de la mano de sus madres.